22 de octubre de 2016

Uso no niisan~

Cuarta parte~ 

Antes que anda quiero pedir perdón a yojhannah Patt Robpse y a Alex Darkrad Santpe por todo lo que las he hecho esperar, por ser una desconsiderada sin inspiración ; ; En realidad es que este fic se me ha complicado mucho más de lo que yo esperaba, pero juro que no pararé hasta terminarlo, no abandono.

Es una historia que llevo dentro del corazón y no dejaré que quede inacabada. De igual modo no me queda mucho por contar, no os preocupéis. Sí o sí estaré más activa este año. La carrera universitaria me trae loca estos últimos 4 años, pero prometo esforzarme. 
Ojalá sigáis ahí, ojalá este cap. no os decepcione y ojalá el final os haga sentir que valió la pena leer a esta autora de caca que desaparece cada tanto  ; ; Os love mucho.
Gracias, en serio.   

-¡Nakajima, acelera el ritmo! Necesito que termines, tienes que echarme una mano con esto.
El joven suspiró, limitándose a hacerle un gesto breve con la mano a su superior como muestra de haberlo entendido mientras trataba de obedecer la nueva orden con desgana. – Buff… -se llevó la mano a la nuca, frotándosela con cuidado mientras movía el cuello de un lado para otro levemente, apenas lo suficiente como para que se le desengarrotara un poco. Definitivamente tenía que visitar a un fisioterapeuta cuanto antes o aquello empezaría a empeorar hasta afectarle, cosa que no podía permitirse bajo ningún concepto. Arriesgarse a perder su trabajo era lo mismo que arriesgarse a no poder procurarle a su compañero de piso lo que necesitase y esa posibilidad NO existía.

-Deja eso anda, yo lo termino. Ya sabes lo pesado que se pone el jefe cuando te llama y tardas más de 5 minutos en aparecer. –aquel chico alto, rubio y de ojos oscuros le dedicó una leve pero comprensiva sonrisa a la que añadió un guiño de ojos cuando el menor giró la vista para atenderle. No se esperaba aquella intervención repentina, pero la verdad es que la agradeció en extremo puesto que como bien decía el contrario, el jefe de ambos no era el tipo de persona con la cual se podría tener una discusión civilizada, de modo que lo mejor era mantener su buen humor en la medida de lo posible.

-Gracias Hikaru. –comentó con un gesto de cansancio, soltando las cosas que tenía en las manos para dirigirse al despacho del nombrado- te debo una.

-Por supuesto que me la debes. –se rió por lo bajo el rubio, que a pesar de parecer vivir en una broma perpetua siempre era el que sacaba de los apuros al alto, algo por lo que le estaba muy agradecido. De algún modo le hacía todo aquello mucho más llevadero y entretenido tener a un compañero como Hikaru. No es que mantuvieran demasiadas conversaciones (un trabajo como aquel requería el 98% de la atención), pero las 4 bromas del día, los pequeños favores que le hacía o las palmaditas inesperadas en la cabeza que le habían sacado más de una vez de su mundo de ensimismamiento, habían supuesto un gran cambio en su día a día laboral desde que su compañero llegó unos meses atrás. Realmente nunca se había parado a pensarlo, pero ahora mismo se había convertido casi en una costumbre sin la que se le haría difícil pasar las monótonas e irritantes horas de trabajo en aquella fábrica llenando cajas, retirando artículos defectuosos o embalando (según el día). A fin de cuentas, alguien como Hikaru alegraría la tarde a cualquiera. Aunque ahora que se lo planteaba, se preguntaba qué haría una persona tan joven y con tanto carisma en un trabajo como aquel, pero claro, eso mismo podría decirse de él; seguramente tendría sus propias razones y podía ser que, al igual que él, prefiriera mantenerlas en su privacidad, así que si de todos modos no iba a preguntar era mejor simplemente dejarlo estar.  Se encogió de hombros para sí mismo mientras se doblaba hacia arriba las anchas y molestas mangas del mono de trabajo que llevaba mientras entraba por la puerta del despacho de su superior.

-¡Uchi! –silbó a uno de sus compañeros, en un intento de llamar su atención más rápidamente, pero tan sólo consiguió que otro de los que había cerca se diera cuenta de su llamada y siguiera sus indicaciones para llamar al apelado hasta haber conseguido que le hiciera caso.- ¿Puedes ocuparte de esto un momento? Tengo que vigilar aquí.

-Hikaru, ¿otra vez? La semana pasada ya me tocó terminar tu tira dos veces, eres un pesado, ¿sabes? –se quejó el contrario, con una mueca de pocas ganas.

-Venga Uchi, te cambio los turnos cada vez que me lo pides, ¿o no? Haz esto por mí, anda~  -dobló la boca de una forma extraña que sólo él entendía a la par que una de sus cejas se enercaba sobre sus ojos, consiguiendo arrancarle una especie de pequeña risa al contrario, que negó suavemente con la cabeza mientras levantaba una mano al aire.- Como si no me los cambiases para pasar más tiempo con Nakajima… En fin, OK. –juntó las puntas de sus dedos índice y pulgar para mostrar la rotundidad de su acuerdo y se desplazó hasta el puesto de Hikaru para echarle un ojo durante el rato que el contrario se tuviera que ocupar de lo que fuera que estuviera haciendo.

A pesar de haber oído el comentario de su compañero hizo ver que no había sido así, de modo que no tuviera que negarlo ni admitirlo. Después de todo era cierto pero difícil de explicar. No sabría definirlo, en caso de tener que hacerlo. Era cierto que desde que había llegado a aquella empresucha de cuarta en la que explotaban a cualquiera que necesitara un trabajo con urgencia no le había quitado el ojo de encima al menor, pero tampoco podría explicar por qué.  Si se tratara de una mujer podría achacarlo a haber quedado prendado o algo así, pero era un chico y además más joven que él, así que no sabía decir muy bien qué era lo que le mantenía unido a aquella persona. Quizá era su aspecto triste, su talante cansado. Esa aura que le rodeaba, como de estar cansado de una vida demasiado gris. Quién sabía, pero el caso era que por alguna razón sentía que tenía que echarle una mano. Era demasiado joven para pasar la mitad del tiempo (o más) con un aura tan lúgubre como aquella. Además, cada vez que pensaba en ello no podía evitar que la escena de su primera interacción le viniera de nuevo a la mente. Como esos capítulos de series graciosas que recuerdas inconscientemente una y otra vez y te hacen reír sin más. Supuso que fue debido a la sorpresa que se llevó cuando aquel chico tristón con el que había chocado sin querer le mostró su suave y cansada risa.

Bien pensado después de haberle empujado de aquella manera y haberlo “arreglado” con una broma en vez de una disculpa, podría haber esperado cualquier otra cosa, una mala contestación, un reproche, una mala mirada o simple indiferencia, pero el lugar de eso el joven se rió, lo cual había dejado al mayor, en aquel momento, de lo más desconcertado. Pero lo cierto es que si de algo le sirvió fue para confirmar sus sospechas sobre su verdadera personalidad. Aquel chico era mucho más juguetón y alegre de lo que nadie podría suponer a primera vista. Era incluso abierto e inocente, pero responsable,. Demasiado responsable. Y es que sólo con mirarle podía verse de lejos el peso de las millones de responsabilidades que pesaban sobre él y sobre las que nunca hablaba, al menos más allá del tema de su hermano menor. El tema por excelencia.

-Hey, Hikaru. –un Yuto ahora medio sonriente se acercaba de nuevo a su puesto de trabajo a paso calmado, sacando al rubio de sus pensamientos- Gracias, ya estoy aquí.

-¿Ya? Pero si no han pasado ni 10 minutos… No creas que por ello te vas a librar, esta me la debes igual. –observó con agudeza, sin dejar escapar ni la más mínima oportunidad para crear nuevos contratos con el contrario que después se cobraba en forma de “citas”, por llamarlo de alguna manera.

-Sí, sí, ya lo sé. El rubio cobrador deberían llamarte. ¡No pasas ni una! –se rió por lo bajo, recogiendo sus herramientas de trabajo para continuar con lo que iba a hacer. - total para terminar unas facturas –suspiró con pesadez.- si el jefe invirtiera el dinero en contratar al personal que necesita en vez de gastárselo en sus caprichos yo no tendría que ir debiendo favores a nadie… -rechistó en voz baja, sin ningunas ganas de que el susodicho escuchara más de lo necesario, sólo por si acaso.

Hikaru tan sólo dejó salir una sonrisa ladina y dio un par de pasos hacia el contrario, posicionándose tras él para dejarse caer sobre su cuello, pegando de ese modo su pecho a la espalda del otro- ¿Entonces tengo que ir a darle las gracias al jefe? Quizá ahora cuando acabemos nuestro turno podría pasarme y llevarle una botella de vino o algo parecido como agradecimiento.

-¡Hikaru! –se removió entre quejas el menor, empujando suavemente con los hombros al contrario para que recuperara su posición.- Si no vuelves a tu puesto nos caerá la bronca, y yo paso de tener que verle la cara al jefe más por hoy, gracias.
El nombrado rodó los ojos con desgana y tras hacer una mueca de incomodidad con el hecho de no haber sido consentido se incorporó y volvió a su puesto, palmeando a Uchi en la espalda para avisarle de que ya podía volver a su suyo y darle las gracias.

-¡Yuto! Hoy a la salida, ¡me la debes! 

                                                                              ***

- ¿Y bien, adónde me llevas? - investigó el rubio, con la sonrisa marcada en un rostro radiante de satisfacción por una bien ganada salida tras un duro día de trabajo, a lo que su compañero apenas le devolvió una mueca extraña.

- ¿Ha? – lo miró de reojo, con una ligera sonrisa en el rostro- ¿Cómo que que adónde te llevo?

- Oh vamos, Nakajima… – se quejó de inmediato el mayor de ambos, alargando todas las vocales según pronunciaba cada palabra, aunque la respuesta del contrario no fue más entusiasta de lo usual. Aunque en su rostro podía leerse algo de molestia por tener que salir, bien era cierto que no le apetecía mucho volver a casa. Sí, Chinen estaría por allí, lo cual era un punto a favor, pero tener que mantener esa actitud fría, distante y en cierto modo, absurda, y a pesar de que pusiese todo su empeño en ocultarlo, a él era a quien más hería.
Unas cuantas horas despreocupadas, sin pensar en el trabajo, en la universidad, o sin vigilar sus palabras o movimientos cada segundo mientras fingía indiferencia hacia su “hermano”, era algo que más que apetecerle, necesitaba. Definitivamente iría un rato con su compañero, mataría dos pájaros de un tiro: desconectar de su estrés del día a día y calmar por un tiempo más a Hikaru.


- Está bien, vamos. Pero tú eliges lugar, no suelo salir demasiado y no conozco muchos sitios. – “por no decir ninguno” pensó, sin ni siquiera molestarse en mirarle, aún estaba luchando por no pensar demasiado en quien no debía pensar mientras estaba con el rubio.

- Déjamelo a mí, creo que yo conozco demasiados. –se rió el contrario, haciendo un pequeño gesto ladino con la cabeza. - Me pregunto qué dice eso de mí - soltó una pequeña carcajada típica de él, tras la cual empujó levemente a su acompañante con el hombro. - Pero anímate un poco que si no menuda fiesta. –añadió animadamente, consiguiendo al menos una mirada de respuesta por parte del contrario, que se esforzó en darle una especie de mini sonrisa.

Sin prisa, ambos caminaron por las calles que a aquellas horas permanecían tranquilas, conversando calmadamente sobre algunas cosas sin demasiada importancia, cosas totalmente sencillas y espontáneas que iban surgiendo durante su paseo. Al llegar a un bar no demasiado grande, se sentaron y Hikaru pidió por ambos un par de cervezas.


- Bueno, ¿hay algo más interesante en tu vida? - el rubio se acomodó mejor en su asiento y se quedó mirándole fijamente, curioso, aunque sin terminar de saber por qué quería saber más sobre él. Lo achacó rápidamente a simple curiosidad. Después de todo aquel chico era una de las personas más misteriosas que había conocido nunca, y los retos como aquel terminaban por volverse una tentación ineludible para el mayor de ambos.

-  No sé qué más pueda interesarte a ti de mí. - sonrió de medio lado mientras observaba con atención aquel frío bote de cristal que humeaba al contacto con un entorno más cálido que el de la nevera de la que había salido. No solía beber, por no decir que ni siquiera recordaba la última vez que lo había hecho. Dio un trago a la cerveza y de inmediato su cara mostró una mueca de amargor que no duró demasiado, pero sí lo suficiente para que la viera Hikaru, que se rió para sí mismo, le imitó y simplemente se encogió de hombros a modo de respuesta, no queriéndole presionar para hablar.

La cosa no iba mal, el tiempo transcurría con naturalidad, sin problemas, y el joven, por primera vez en bastante tiempo, estaba disfrutando ya que había dejado de pensar; estaba simplemente sumergido en debates tontos con el pesado de su compañero, que por alguna razón que desconocía parecía haberse pegado a él desde que había llegado a la empresa.

A veces se planteaba la razón, pero poco tiempo después dejaba de darle vueltas porque lo más seguro era que alguien como él, al verse nuevo en aquel sitio, se hubiera pegado al primero que había encontrado. Pero curiosamente aquella persona tenía la capacidad de hacerle evadirse, aunque solo fuera momentáneamente, de los dolores de cabeza que le atormentaban constantemente. Tras aquella primera, unas cuantas cervezas más fueron cayendo durante sus charlas, que cada vez se volvían más estúpidas y sin ningún tipo de sentido, pero pronto empezaron a sentir el peso del trabajo y un poco de los efectos del alcohol ingerido, de modo que decidieron que era hora de volver a casa. Pagaron la cuenta y salieron del local, comenzando a caminar tranquilamente por las calles de aquella zona, que, a pesar de ser una zona transitada, parecía haberse puesto de acuerdo con ellos aquella noche para darles algo de paz.


- Tengo curiosidad por algo. – espetó de pronto el mayor, mirando de reojo, al contrario. – Antes has mencionado que no vives solo, ¿con quién vives? – aquella pregunta pilló totalmente por sorpresa al moreno. Tal vez por los efectos del alcohol, o tal vez por el simple hecho de que su nuevo amigo conseguía hacer que bajase la guardia. En cualquier caso, aquello cayó como una bofetada de realidad sobre él, recordándole que ya era hora de recuperar su papel. Iba a volver a casa y tendría que volver a ser la persona fría e impasible que cada día se recordaba que era frente al espejo.

- Con un chico, es como si fuera mi hermano pequeño…- suspiro para sí mismo, casi le dolía tener que definirlo así.

- ¿“Como” un hermano pequeño? ¿Te refieres a que no es tu familiar como tal?... - El contrario asintió, deseando que aquella conversación no fuera mucho más allá. Sabía que no estaba en las mejores condiciones y sabía que tenía que recuperar su guardia. - ¿Y cómo surgió lo de vivir juntos? – inquirió de nuevo un curioso Hikaru, que se había guardado las manos en los bolsillos traseros del pantalón mientas caminaba a su lado.

-  Es una larga historia… -Comenzó, con la esperanza de que no siguiera por allí, de que algún modo el pudor que nunca tenía de pronto cayera mágicamente sobre él y se diese cuenta de lo incómodo que aquello resultaba.

- Tengo tiempo. -Espetó de pronto, consiguiendo que el menor de ambos suspirara. No se trataba de que fuese un secreto de Estado, pero no sabía hasta qué punto estaba bien hablar de aquello. No sabía hasta dónde estaba bien llegar… Pero a decir verdad algo dentro de él le impulsaba a contárselo a aquel rubio descuidado. Quizá fuera el hecho de que seguramente no se lo tomaría en serio, o de que no conociese a su “hermano”. No estaba seguro de ello, pero tras varios segundos de incómodo silencio en los que el mayor esperó con paciencia, sus palabras se escaparon de su boca antes de darse cuenta de ello.

– Bueno… En resumidas cuentas… Cuando mis padres murieron, sus padres me adoptaron. Tengo familiares, pero la mayoría están en otras prefecturas, al menos los más cercanos. Sus padres y los míos solían llevarse muy bien. No sé muy bien por qué perdieron el contacto durante los primeros años de nuestra vida, yo apenas podía recordar sus caras, de hecho. –se rió por lo bajo, subiendo la mano hacia su nuca para acariciarla- te parecerá gracioso, pero diría que recordaba mejor su olor… -suspiró despacio. - Así que básicamente nos criamos juntos. Ellos siempre cuidaron de mí. Incluso cuando trataban de herirme en el colegio, y a pesar de que él siempre ha parecido mucho más pequeño, ¿puedes creer que salía a defenderme? Desde el primer día… “La ardilla asesina” –se rió nuevamente. - algo así le llamaban, y no me extraña, menudos humos. –alzó la vista, cogiendo aire mientras observaba el cielo. - Pero al fin y al cabo yo era alguien ajeno a aquella familia, y lo sabía, así que tan pronto como pude me quité del medio. Quería librarles de mi carga. Busqué un trabajo, ahorré lo suficiente con trabajos a tiempo parcial y conseguí becas para la universidad. Sin embargo, un tiempo después, de pronto un día apareció en mi casa. –sus labios se curvaron levemente hacia abajo, como si aquello turbara gravemente su corazón. - Algo pasó. –dijo sin más, secamente. - No sé qué, ni cómo, ni qué le hizo venir hasta mí en vez de buscar a alguien de su familia, pero a decir verdad eso es lo que menos me ha importado siempre. –se encogió de hombros. - el día que le vi en mi puerta, de aquella manera, simplemente estiré de él hacia adentro y decidí que cuidaría de él costase lo que costase. Nunca le he preguntado, ni creo que lo haga. –miró de reojo al mayor. - digamos que le estoy devolviendo el favor. – sorprendentemente contar aquello había sido bastante liberador. De alguna manera, que alguien lo supiera lo hacía un poco más ligero. Sentía como revivía todos aquellos momentos, aunque los estuviese contando muy resumidamente. – Y así acabé trabajando donde tú. Es verdad que tenía dinero ahorrado, pero dos bocas, dos carreras… Son el doble de lo que había planeado, así que aquí me tienes. Aguantándote cada noche.

El silencio se hizo por primera vez en toda la velada, pero Yuto ni se dio cuenta porque aquellos recuerdos le habían invadido por completo. Tampoco se había dado cuenta del semblante serio del rubio, no hasta que este lo empujó levemente haciéndole entrar en un callejón. Aquello le extrañó un poco, pero no opuso demasiada resistencia, dado que suponía que alguna razón tendría. Este le puso contra el frío muro y posó su fija mirada sobre la del contrario, lo que consiguió que una ola de calor envolvía a ambos. Casi se podría decir que aquellos ojos se habían encontrado con su claro reflejo, los de ambos.  Y por primera vez el moreno se preguntó qué podría estar pasando por la mente del mayor. Se preguntó por su pasado, por su vida actual, por todo aquello de lo que nunca hablaba, por él mismo. Pero no dijo nada, ninguno de los dos dijo nada, y es que ni siquiera hubiera podido porque cuando quiso darse cuenta los labios de Hikaru lo habían capturado por completo. No pudo reaccionar, estaba en shock. La mano de Hikaru se posó con suavidad en su cintura y movió sus labios se movían delicadamente sobre los del contrario, sin obtener respuesta alguna.

Yuto puso una mano en su pecho y lo apartó, tan pronto como su cuerpo obedeció a su cabeza, aunque sin alguna pretensión de ser brusco, pero si deseando acabar con ese contacto que le había hecho sentir demasiado extraño y posteriormente algo incómodo por la situación. Hikaru, por su lado dio un paso atrás, con un semblante de lo más incongruente. Parecía casi más sorprendido que el menor, lo cual no tenía ningún sentido. Yuto no entendía absolutamente nada de aquello, ¿acaso es que el rubio sentía algo así por él? No… No, de algún modo estaba seguro de que no se trataba de eso. Pero aquello sólo lo hacía más complicado de entender.


-  Nakajima, lo siento. - dijo en un hilo de voz apartándose de él y dándole la espalda para salir de aquel callejón y comenzar a caminar.

Ninguno de los dos atinó a articular ninguna palabra más. Yuto era incapaz de procesar lo que había pasado, estaba demasiado confuso por aquello y tener que volver a casa en aquellas condiciones no le estaba resultando demasiado tentador. Al llegar al punto en el que cada uno debía seguir un camino diferente se despidieron con un simple “nos vemos” por parte del rubio, que ni se atrevió a cruzar una mirada con Yuto. Este se puso a caminar en dirección a casa, con el ceño fruncido y el agobio empezando a asomar por su pecho. Su mente ahora era un completo desastre. Imágenes de Chinen, imágenes de aquella noche, el nítido y casi aún palpable recuerdo de ese beso… No podía volver a casa. Definitivamente no podía, de modo que miró su reloj. Aún era pronto, y no quería encontrarse a Chinen despierto, no podía, ¿con qué cara iba a mirarle al entrar? ¿Cómo iba a enfrentarle? No podía, sin más. Tomó otro rumbo que lo dirigió a un parque y decidió sentarse. Mataría el tiempo en un banco y haciendo trabajar a su cabeza hasta que le doliese.

                                                                                  ***


-Venga Chinen, no seas tacaño, ¡dame un poco! Vengaaaa… -reguñaba el moreno, tirando del brazo de su amigo en un intento de robarle un pedazo del aperitivo que acaba de comprarse. Sabía de sobra que se había comprado su favorito adrede, y sabía que lo había hecho con toda la intención de hacerse de rogar porque le encantaba sentirse en aquella posición, pero llevaba 10 minutos pidiéndole un trozo y aquello empezaba a cabrearle. –Vamos tío, sabes que yo siempre te doy.

El mayor se rió, apartando tanto como podía la mano, jugueteando con el menor. Ver a alguien con un aspecto tan serio para su edad comportarse de un modo tan infantil era algo que le encantaba, sobre todo teniendo en cuenta que una de las razones que le daban ese aspecto era su altura, al contrario que la propia, lo que le cabreaba un poco. De alguna manera de aquel modo el más bajo creaba su propia justicia, a pesar de que aquello sería algo que nunca admitiría en voz alta.

-Bueno, bueno… Hay que ver lo fácil que es domar a este perrito. Mira –movió la mano de un lado a otro, observando como los ojos del contrario se iban detrás del snack-  haces lo mismo que el chucho de mi vecino. Seguro que si ahora te hiciera una pregunta de sí o no podría conseguir que me dijeses lo que quisiera sólo moviendo la mano.

-¿Como cuál? ¿Si eres idiota? Eso puedo respondértelo como persona. –espetó cruzándose de brazos con un pie más adelantado que el otro- Lo eres. –aseguró de inmediato, mirando con una ceja enercada al mayor. - Oye, ¿por qué le has dicho a tu hermano que venga a recogerte? ¿No salía antes hoy?

-¿Pero qué dices tonto del bote? No le he dicho nada. Y no es mi hermano, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? –resopló, molesto. Odiaba oír que los emparentaban de aquel modo, aunque no podía explicar exactamente por qué.

-Ah… -frunció el ceño el menor, preguntándose si se habría equivocado. Pero apenas segundos después la seguridad vino a él, extrañado puesto que no recordaba haber oído nunca que tuviera amigos, más allá de haberle visto con Inoo alguna que otra vez. - Pero ese de ahí es Yuto, ¿no? –señaló con la cabeza, siguiendo con la mirada al rubio que lo acompañaba mientras lo analizaba con curiosidad.

Chinen volteó al instante, descubriéndolo en cuestión de menos de un segundo junto a alguien que no conocía, cosa que no le gustó en absoluto. ¿Estaba saliendo por ahí? ¿Por qué no le había dicho nada? ¿Por qué no sabía quién era la persona con la que iba? ¿Qué hacían por aquella zona?
Poco a poco, poco a poco el cabreo le iba invadiendo. Ni siquiera tenía sentido y lo sabía, pero no podía evitarlo.

-Bah…Seguramente sea un compañero de trab… -enmudeció al instante, al igual que lo hizo su amigo, que de haber podido habría dejado caer su boca abierta de par en par hasta el suelo. ¿En serio aquello estaba sucediendo?

Ryutaro buscó de inmediato el rostro del contrario, pero todo lo que encontró fue un semblante pálido, en shock, sin reacción aparente más allá de la sorpresa. Y no era para menos. Mucho más allá de lo que hubieran podido pensar, aquel personaje rubio estaba dándole un beso al moreno. De la nada, sin previo aviso. Y aquel golpe le había caído al orgulloso Chinen sin anestesia. Sabía que aquello no iba a sentarle nada bien, y que todo ese mal humor tendría que comérselo él en cuanto reaccionase, pero, por otro lado, el hecho de que su amigo tardase tanto en reaccionar le estaba preocupando.

-Oye, Yuri… Yo diría que parecen… Amigos… -suavizó como pudo, acercándose un poco, al contrario. Sin embargo, toda la respuesta que recibió fue un ligero golpe de la mano que sostenía el snack sobre su pecho.

- Me voy a casa. Quédatelo. –dijo sin más, con la mirada perdida en algún lugar del suelo.

-Ey, Yuri, ¿estás bien? Escucha… -trató de insistir el alto.

-Hasta mañana, Ryutaro. –concluyó la conversación con frialdad, aligerando el paso hacia su casa. No sabía exactamente cómo se sentía, pero desde luego no era nada bueno. Nada agradable. La rabia, el dolor, la incomprensión, el “no es justo” invadían desde la punta de sus dedos de los pies hasta la más alta parte de su cabeza.
Simplemente no podía comprenderlo, ¿de qué cojones iba? ¿Cómo podía haberle ocultado algo tan importante? ¿Acaso era por eso por lo que siempre era tan frío y distante con él?

El portazo que dio al entrar resonó por toda la casa. Su mochila cayó duramente contra el suelo al verse lanzada con rabia y el sofá recibió su caída malhumorada como si la hubiera estado esperando.
¿Por qué narices no se lo había contado? ¿Es que pensaba que no iba a entenderle? ¿Es que no confiaba en él?

Vale que era un poco raro que de pronto llegara un día y le dijese que le gustaban los hombres. Vale que era un tema complicado de sacar y que él mismo ni siquiera se había planteado la posibilidad de que Yuto pudiera tener pareja… ¿Pero qué derecho tenía a tratarle como un crío de aquella forma? Yuto siempre hacía lo mismo, siempre le dejaba atrás, nunca le tenía en cuenta. Haciéndose cargo de todo, manteniendo las distancias, ocultando sus sentimientos. ¿Desde cuándo había sido así?

Sabía de sobra que era una carga, pero no tenía dónde ir, y no quería ir a ningún lado. Si aquel día había ido hasta allí era porque era allí donde quería ir, era con él con quien quería estar. Y ni siquiera sabía por qué, pero ¿y qué? Yuto era suyo. Eso es, esa era la razón, era malditamente suyo, ¿qué derecho tenía nadie a llevárselo?

De pronto estaba enfadado con el mundo. Su cabeza daba vueltas una y otra vez y su pecho le aprisionaba el corazón, como si le estuviera dando un fuerte ataque de ansiedad, pero su respiración no fue más allá de acelerarse. Se levantó, caminó un par de pasos y se volvió a sentar de mala gana. No sabía qué hacer. Le molestaba el mismo hecho de estar allí. ¿Y si volvía? ¿O es que pensaba quedarse toda la noche con aquel tipo? ¿Y por qué iba a preferir pasar la noche en compañía de esa persona antes que con él?

Nada tenía sentido, todo dolía, todo ardía y ni siquiera podía expresar por qué. Resopló y de nuevo se puso en pie para dar vueltas por la habitación, estresado, ansioso, sin mirar por donde iba o con qué chocaba. Simplemente apartaba los “obstáculos” que encontraba a su paso hasta que uno de ellos resonó al contacto con el suelo. Chinen dirigió la mirada a aquel sonido acristalado que provenía de una ancha y clara botella de licor de almendras que ahora rodaba por el suelo con lentitud. Por un segundo agradeció que no se hubiera roto, pero pronto sus pensamientos fueron en otra dirección. Se agachó con cuidado y la tomó entre sus manos, mirándola fijamente. ¿Desde cuándo aquello estaba allí?... Ah, quizá se tratase de aquella vez en que Yuto había traído una cesta de navidad que le habían dado en el trabajo, con unos cuantos dulces y un par de licores baratos.

En cualquier caso, qué más daba. Había oído demasiadas veces que aquello hacía algo, que desinhibía, así que, ¿por qué no intentarlo?

                                                                       ***

 Sus pasos lentos y aletargados eran todo lo que se oía por las ya oscuras calles del barrio en que vivían. Después de todo, casi a las 11 de la noche, en una zona tan residencial como aquella, ya no quedaba ni un alma por la calle. Mientras reducía la distancia entre él y su angustioso destino Yuto alcanzaba con la mirada los distintos hogares que ante sus ojos se iban dibujando, imaginando cómo sería estar en uno de ellos. Quizá en aquella casa rojiza vivían un par de hermanos. Puede que una alta chica morena y un pequeño y revoltoso niño, peleando, mientras su madre les preparaba la cena. Tal vez en aquella otra, mucho más pequeña y grisácea, habría una familia numerosa, luchando por hacer frente a los números, pero que se divertía mientras cenaban todos justos, hablando sobre nimiedades y cosas graciosas, o simplemente sobre lo que habían hecho durante ese día. Y por un momento su corazón latió dolorosamente. Ojalá él pudiera darle algo así a Chinen. Ojalá pudiera darle todo lo que él recibió. Si bien es cierto que perdió su hogar el día que sus padres murieron, la familia Chinen se había encargado de darle un lugar en el que sentirse seguro y protegido. Le habían dado amabilidad y cariño, y un futuro. ¿Acaso alguien como él podía pedir algo más? Se lo debía todo, y todo lo que él había podido hacer había sido desarrollar sentimientos impuros hacia su hijo. Sentimientos que de ser conocidos podrían darles problemas a todos, que podrían hacer que incluso todo ese cariño que sentían se convirtiera en asco y desprecio. Suspiró. Sabía que aquella era la respuesta correcta. O al menos la menos mala.

“Me estoy esforzando” pensó, moviendo suavemente la cabeza de lado a lado en forma de negación. O eso intento… Aquello era tan difícil. Tan doloroso. Quizá debería haberse dejado llevar con Hikaru. Después de todo, ¿qué iba a hacer? ¿Vivir toda la vida amando a su hermano pequeño? Si lo pensaba con frialdad, la mejor opción era intentar llenar su mente con algo nuevo, fuera o no Hikaru. Eso era lo de menos, además aquel era un tema que tendría que pensar cuidadosamente cuando se viera capaz de hacerlo.

En cualquier caso, ya se encontraba frente a la puerta de su casa. Era hora de respirar hondo y dejar la mente en blanco. No podía entrar con aquel aura triste y nostálgica. Conocía de sobra al menor como para saber que su inteligencia estaba muy por encima de la propia, y que sabía reconocer cada índice de emociones en él. Cosa que hacía mucho más arduo su trabajo por ocultarlo. “En fin” se dijo a sí mismo, y tras ello colocó la llave en el paño de la puerta para abrirse paso, pero ni siquiera le hizo falta puesto que, para su sorpresa, la puerta cedió sin necesidad de que la abriera. Aunque más sorprendente fue encontrarse tras ella al menor, mirándole fijamente con los ojos clavándosele en el alma, casi con despecho.

-… -Quiso decir algo, pero las palabras no se atrevieron a salir de su cuerpo, y pareciera que el contrario lo había notado puesto que segundos después soltó el paño de la puerta que le había abierto él desde dentro y se dirigió de nuevo al comedor, a sentarse en el sofá donde le esperaba su nueva compañera de penas.

El mayor entró en casa, dejando los zapatos en la entrada y se dirigió a la cocina, al llegar a la cual se dio cuenta de que la cena estaba allí, intacta. Frunció el ceño, echando una mirada, al contrario.

-¿No has cenado? –preguntó suavemente, aunque sin obtener respuesta. -… -aquello era de lo más extraño. ¿Habría tenido un mal día? ¿Sería quizás que le habían vuelto a reñir en la universidad?
Se moría de ganas por preguntárselo, pero sabía que no debía hacerlo, no podría mostrarse involucrado, aunque lo estuviera. - ¿Quieres… cenar conmigo?

Parece que aquello sí consiguió llamar la atención del contrario, que de inmediato giró la cabeza hacia donde estaba, pero sin mirarle. Y tras unos segundos más se levantó del sofá con firmeza y se dirigió a la cocina, pero sin dirigirle palabra o mirada alguna al mayor. Parecía todavía más enfadado. ¿Es que había dicho algo malo? Ah, quizás era el hecho de que se había acostumbrado a cenar solo y aquella propuesta tan repentina le había fastidiado su momento.

Yuto se limitó a calentar los platos, observando al ahora sentado moreno que mantenía la vista fija en la mesa sobre la cual había apoyado sus brazos. A penas estuvieron listos para comer, situó los platos frente a ellos y le acercó los cubiertos, pero se quedó de pie observándolo. Hizo una pequeña mueca con los labios, tomó su plato con las manos y dio un par de pasos, que consiguieron que el contrario lo siguiera con la mirada, sin entender muy bien qué estaba haciendo.

-Mejor voy a cenar en mi cuarto. Tengo que entregar algo mañana. Buenas noches. –mintió escuetamente, tratando, de algún modo, de huir del lugar.

-“Ah, ahora sí, ¿eh?” –se oyó comentar por lo bajo al menor, lo que consiguió que el mayor se girase hacia él de nuevo, encontrándose una vez más con su mirada.- Eso he pensado hace un momento. Cuando has dicho que cenemos juntos. –continuó con una voz sorprendentemente calmada-

-¿Eh? –atinó apenas a articular el moreno, congelado en el sitio.

-“Quizá quiere contármelo” –prosiguió el menor de ambos, sin apartar ni por un instante los ojos de los del contrario.

Ahí sí que se había perdido por completo. ¿De qué estaba hablando? Acababa de meterse en un universo de incomprensión ilimitado. No sabía muy bien qué decir o cómo contestar, de modo que se mantenía allí de pie, quieto, con aire serio y desconcertado hasta que se decidió a volver sobre sus pasos para posar el plato sobre la mesa, bajo la atenta mirada del contrario. Pero una vez más cerca la cabeza de Chinen bajó, y sus ojos buscaron asilo en algún punto del suelo, como si rogasen encontrar la valentía y la calma en él.

-¿Hay algo de lo que quieras hablar? –dijo por fin el mayor de ambos, que visto desde fuera parecía preocupado cual adulto que mira desde su altar a un niño, pero que en el fondo sentía temblar su alma, inseguro, asustado.

Notó que Chinen apretaba los labios, y conociéndolo, seguramente estaría haciendo lo mismo con las manos, pero esperó, con paciencia, a que se decidiera a hablar.

-Nunca cenamos juntos. –comenzó. –Nunca hacemos nada juntos. No si puedes evitarlo –reclamó con desdén, irritado. – Si tanto asco te doy, ¿por qué me dejas vivir aquí? ¿Por qué me das dinero? No me debes nada, ¿sabes? Ni se lo debes a mis padres. Si tanto te molesta que me acerque a ti, sólo tienes que decirlo.

Aquellas palabras atravesaron su ser como filos ardiendo. ¿Asco?... ¡¿Asco?! ¿En qué maldito momento había él dado a entender algo como eso? ¿Es que se podían hacer las cosas peor? Yuto se sabía débil y estúpido, pero, ¿en serio lo era hasta ese punto? ¿En serio era su inutilidad capaz de hacer pensar a la persona que más quería en este mundo que le daba asco?

Su silencio, debido a su dolor, no mejoraba las cosas. Sabía que tenía que decir algo, porque de lo contrario estaría otorgándole la razón de algo que ni en el peor de los universos paralelos podría ser cierto.

-¿Crees que viviría con alguien que me da asco? –contestó sin pensar, maldiciéndose a sí mismo miles de veces por lo que acababa de decir. Había sonado tan frío y distante que hasta a él le había dolido, pero es que su mente estaba en shock, no quería funcionar, no quería ayudarle a salir de aquello.

Chinen sintió su garganta arder y sus ojos amenazar con inundarse, pero se mantuvo firme, aguantó con la fuerza de su orgullo.

-¡Ya te he dicho que no le debes nada a nadie! No tienes que mantenerme sólo porque mis padres te mantuvieron a ti… ¡No quiero esto! – expresó desde el fondo de su alma, con rabia acumulada saliendo hasta por sus poros- No quiero esto… -apretó los dientes, dejando escondidos sus ojos bajo su matoso flequillo.

Yuto tembló, pero endureció el cuerpo para que nadie pudiese notarlo. No sabía qué hacer, cómo reaccionar o qué decir, así que trató de respirar hondo, pasando saliva por su garganta y avanzó unos cuantos pasos hasta donde estaba el menor, quedando frente a él para posar una mano sobre su cabello.

-Estoy muy agradecido con tu familia. Os debo mucho… Os debo todo. –explicó intentando que su voz no temblara demasiado- Pero… -apretó el puño de la mano que no tenía sobre el menor- No soy tan buena persona como para tenerte aquí sólo por eso… -explicó con sinceridad por primera vez en mucho tiempo, dejando caer la mano que tenía sobre él. – Estás aquí porque te necesito… -dijo con honestidad, desviando la mirada antes de que un sorprendido Chinen, al borde de dejar salir sus primeras lágrimas dirigiera de inmediato la mirada hacia él, buscando su ahora avergonzado y derrumbado rostro. Sabía que después de aquello no tendría derecho siquiera a mirarle a la cara, pero ya no había vuelta a atrás. Acababa de pasar el punto de no retorno. –Estás aquí… Porque no puedo vivir sin ti… -concluyó por fin, volviendo a alejarse del contrario a paso lento para huir a su habitación, emocionalmente agotado después de un día como ese, pero antes de darse cuenta ya se había visto frenado a la altura de la escalera por una mano que tiró de su brazo hacia abajo, consiguiendo que tropezase y casi cayera.

-Entonces no vayas por ahí besando a otros. –ordenó con firmeza el menor, que aprovechó sin dudarlo el tropiezo para situar al mayor de ambos a su altura, encontrándose con su mirada de lleno segundos antes de atrapar sus labios con los propios.

A Yuto se le paró el corazón, y sus ojos se abrieron de par en par para encontrarse con el rostro enrojecido y cálido del otro, que por su parte mantenía los ojos cerrados, sintiendo como su corazón latía a tal velocidad que se le podría estar saliendo del pecho. Pero a decir verdad poco le importaba en ese momento. Todo lo que quería era un poco más de aquella sensación que de pronto le había envuelto todo el cuerpo. Entreabrió la boca para atrapar el labio superior del mayor con un suave movimiento que, para su sorpresa, se vio correspondido al instante. Una increíble sensación de ardor y alivió recorrió toda su espalda, consiguiendo erizarle hasta la última porción de piel de su cuerpo.

El mayor ya se había dado por vencido. No sabía qué estaba pasando. Puede aquello fuera una broma del destino, o quizás por el contrario un castigo. Pero el caso es que estaba pasando y por una vez en su vida, no iba a desperdiciarlo. Si tenía que despertar de aquel sueño en breves, ya lo haría. Nada más importaba en ese momento.

Y como si el mundo hubiese escuchado sus pensamientos, apenas un par de segundos después sintió el peso del cuerpo del contrario empujarle hasta el suelo, consiguiendo que ambos cayeran. Pero el mayor se encargó de sostener al contrario para evitar que se hiciese daño y observó con extrañeza su sonrojado y tibio rostro, que ahora parecía dormir tranquilamente. Fue entonces cuando por primera vez notó el fuerte olor a alcohol que desprendía y poco a poco la comprensión invadió su cuerpo. Estaba ebrio.

De ahí que su carácter caprichoso y posesivo se hubiera magnificado. De ahí que le hubiera desbordado hasta el punto de llegar a besarlo sólo porque otro lo hubiera hecho. Aunque, ¿en qué momento se había enterado de lo del beso?
Resopló, con un punzante dolor de cabeza comenzando a asomar, por lo que decidió no darle demasiadas vueltas, necesitaba descansar, necesitaba dejar de pensar, y lo necesitaba ya, así que tomó al menor entre sus brazos y tras llevarlo hasta su cuarto se encargó de recoger los platos, la botella que se había dejado abierta de par en par en la mesita del comedor y la mochila que todavía estaba por allí tirada.



Guardó la comida de nuevo, ¿quién iba a poder probar bocado después de aquello? Y con un último suspiro dejó la botella sobre la bancada de la cocina, echándole una última mirada incriminatoria antes de dirigirse a su cuarto escaleras arriba, deseando con todas sus fuerzas que al día siguiente el menor no recordase nada de todo aquello.