Cuarta parte~
Antes que anda quiero pedir perdón a yojhannah Patt Robpse y a Alex Darkrad Santpe por todo lo que las he hecho esperar, por ser una desconsiderada sin inspiración ; ; En realidad es que este fic se me ha complicado mucho más de lo que yo esperaba, pero juro que no pararé hasta terminarlo, no abandono.
Es una historia que llevo dentro del corazón y no dejaré que quede inacabada. De igual modo no me queda mucho por contar, no os preocupéis. Sí o sí estaré más activa este año. La carrera universitaria me trae loca estos últimos 4 años, pero prometo esforzarme.
Ojalá sigáis ahí, ojalá este cap. no os decepcione y ojalá el final os haga sentir que valió la pena leer a esta autora de caca que desaparece cada tanto ; ; Os love mucho.
Gracias, en serio.
-¡Nakajima,
acelera el ritmo! Necesito que termines, tienes que echarme una mano con esto.
El joven
suspiró, limitándose a hacerle un gesto breve con la mano a su superior como
muestra de haberlo entendido mientras trataba de obedecer la nueva orden con
desgana. – Buff… -se llevó la mano a la nuca, frotándosela con cuidado mientras
movía el cuello de un lado para otro levemente, apenas lo suficiente como para
que se le desengarrotara un poco. Definitivamente tenía que visitar a un fisioterapeuta
cuanto antes o aquello empezaría a empeorar hasta afectarle, cosa que no podía
permitirse bajo ningún concepto. Arriesgarse a perder su trabajo era lo mismo
que arriesgarse a no poder procurarle a su compañero de piso lo que necesitase
y esa posibilidad NO existía.
-Deja eso
anda, yo lo termino. Ya sabes lo pesado que se pone el jefe cuando te llama y
tardas más de 5 minutos en aparecer. –aquel chico alto, rubio y de ojos oscuros
le dedicó una leve pero comprensiva sonrisa a la que añadió un guiño de ojos
cuando el menor giró la vista para atenderle. No se esperaba aquella
intervención repentina, pero la verdad es que la agradeció en extremo puesto
que como bien decía el contrario, el jefe de ambos no era el tipo de persona
con la cual se podría tener una discusión civilizada, de modo que lo mejor era
mantener su buen humor en la medida de lo posible.
-Gracias
Hikaru. –comentó con un gesto de cansancio, soltando las cosas que
tenía en las manos para dirigirse al despacho del nombrado- te debo una.
-Por supuesto
que me la debes. –se rió por lo bajo el rubio, que a pesar de parecer vivir en
una broma perpetua siempre era el que sacaba de los apuros al alto, algo por lo que
le estaba muy agradecido. De algún modo le hacía todo aquello mucho más
llevadero y entretenido tener a un compañero como Hikaru. No es que mantuvieran
demasiadas conversaciones (un trabajo como aquel requería el 98% de la
atención), pero las 4 bromas del día, los pequeños favores que le hacía o las
palmaditas inesperadas en la cabeza que le habían sacado más de una vez de su
mundo de ensimismamiento, habían supuesto un gran cambio en su día a día
laboral desde que su compañero llegó unos meses atrás. Realmente nunca se había
parado a pensarlo, pero ahora mismo se había convertido casi en una costumbre
sin la que se le haría difícil pasar las monótonas e irritantes horas de
trabajo en aquella fábrica llenando cajas, retirando artículos defectuosos o
embalando (según el día). A fin de cuentas, alguien como Hikaru alegraría la
tarde a cualquiera. Aunque ahora que se lo planteaba, se preguntaba qué haría
una persona tan joven y con tanto carisma en un trabajo como aquel, pero claro,
eso mismo podría decirse de él; seguramente tendría sus propias razones y podía
ser que, al igual que él, prefiriera mantenerlas en su privacidad, así que si
de todos modos no iba a preguntar era mejor simplemente dejarlo estar. Se encogió de hombros para sí mismo mientras
se doblaba hacia arriba las anchas y molestas mangas del mono de trabajo que
llevaba mientras entraba por la puerta del despacho de su superior.
-¡Uchi!
–silbó a uno de sus compañeros, en un intento de llamar su atención más
rápidamente, pero tan sólo consiguió que otro de los que había cerca se diera
cuenta de su llamada y siguiera sus indicaciones para llamar al apelado hasta
haber conseguido que le hiciera caso.- ¿Puedes ocuparte de esto un momento?
Tengo que vigilar aquí.
-Hikaru,
¿otra vez? La semana pasada ya me tocó terminar tu tira dos veces, eres un
pesado, ¿sabes? –se quejó el contrario, con una mueca de pocas ganas.
-Venga Uchi,
te cambio los turnos cada vez que me lo pides, ¿o no? Haz esto por mí,
anda~ -dobló la boca de una forma
extraña que sólo él entendía a la par que una de sus cejas se enercaba sobre
sus ojos, consiguiendo arrancarle una especie de pequeña risa al contrario, que
negó suavemente con la cabeza mientras levantaba una mano al aire.- Como si no
me los cambiases para pasar más tiempo con Nakajima… En fin, OK. –juntó las
puntas de sus dedos índice y pulgar para mostrar la rotundidad de su acuerdo y
se desplazó hasta el puesto de Hikaru para echarle un ojo durante el rato que
el contrario se tuviera que ocupar de lo que fuera que estuviera haciendo.
A pesar de
haber oído el comentario de su compañero hizo ver que no había sido así, de
modo que no tuviera que negarlo ni admitirlo. Después de todo era cierto pero
difícil de explicar. No sabría definirlo, en caso de tener que hacerlo. Era
cierto que desde que había llegado a aquella empresucha de cuarta en la que
explotaban a cualquiera que necesitara un trabajo con urgencia no le había
quitado el ojo de encima al menor, pero tampoco podría explicar por qué. Si se tratara de una mujer podría achacarlo a
haber quedado prendado o algo así, pero era un chico y además más joven que él,
así que no sabía decir muy bien qué era lo que le mantenía unido a aquella
persona. Quizá era su aspecto triste, su talante cansado. Esa aura que le
rodeaba, como de estar cansado de una vida demasiado gris. Quién sabía, pero el
caso era que por alguna razón sentía que tenía que echarle una mano. Era
demasiado joven para pasar la mitad del tiempo (o más) con un aura tan lúgubre
como aquella. Además, cada vez que pensaba en ello no podía evitar que la
escena de su primera interacción le viniera de nuevo a la mente. Como esos
capítulos de series graciosas que recuerdas inconscientemente una y otra vez y
te hacen reír sin más. Supuso que fue debido a la sorpresa que se llevó cuando
aquel chico tristón con el que había chocado sin querer le mostró su suave y cansada
risa.
Bien pensado
después de haberle empujado de aquella manera y haberlo “arreglado” con una
broma en vez de una disculpa, podría haber esperado cualquier otra cosa, una
mala contestación, un reproche, una mala mirada o simple indiferencia, pero el
lugar de eso el joven se rió, lo cual había dejado al mayor, en aquel momento,
de lo más desconcertado. Pero lo cierto es que si de algo le sirvió fue para
confirmar sus sospechas sobre su verdadera personalidad. Aquel chico era mucho
más juguetón y alegre de lo que nadie podría suponer a primera vista. Era
incluso abierto e inocente, pero responsable,. Demasiado responsable. Y es que sólo con
mirarle podía verse de lejos el peso de las millones de responsabilidades que
pesaban sobre él y sobre las que nunca hablaba, al menos más allá del tema de
su hermano menor. El tema por excelencia.
-Hey, Hikaru.
–un Yuto ahora medio sonriente se acercaba de nuevo a su puesto de trabajo a
paso calmado, sacando al rubio de sus pensamientos- Gracias, ya estoy aquí.
-¿Ya? Pero si
no han pasado ni 10 minutos… No creas que por ello te vas a librar, esta me la
debes igual. –observó con agudeza, sin dejar escapar ni la más mínima
oportunidad para crear nuevos contratos con el contrario que después se cobraba
en forma de “citas”, por llamarlo de alguna manera.
-Sí, sí, ya
lo sé. El rubio cobrador deberían llamarte. ¡No pasas ni una! –se rió por lo
bajo, recogiendo sus herramientas de trabajo para continuar con lo que iba a hacer.
- total para terminar unas facturas –suspiró con pesadez.- si el jefe
invirtiera el dinero en contratar al personal que necesita en vez de gastárselo
en sus caprichos yo no tendría que ir debiendo favores a nadie… -rechistó en
voz baja, sin ningunas ganas de que el susodicho escuchara más de lo necesario,
sólo por si acaso.
Hikaru tan
sólo dejó salir una sonrisa ladina y dio un par de pasos hacia el contrario,
posicionándose tras él para dejarse caer sobre su cuello, pegando de ese modo
su pecho a la espalda del otro- ¿Entonces tengo que ir a darle las gracias al jefe?
Quizá ahora cuando acabemos nuestro turno podría pasarme y llevarle una botella
de vino o algo parecido como agradecimiento.
-¡Hikaru! –se
removió entre quejas el menor, empujando suavemente con los hombros al contrario
para que recuperara su posición.- Si no vuelves a tu puesto nos caerá la
bronca, y yo paso de tener que verle la cara al jefe más por hoy, gracias.
El nombrado
rodó los ojos con desgana y tras hacer una mueca de incomodidad con el hecho de
no haber sido consentido se incorporó y volvió a su puesto, palmeando a Uchi en
la espalda para avisarle de que ya podía volver a su suyo y darle las gracias.
-¡Yuto! Hoy a
la salida, ¡me la debes!
***
- ¿Y bien,
adónde me llevas? - investigó el rubio, con la sonrisa marcada en un rostro
radiante de satisfacción por una bien ganada salida tras un duro día de
trabajo, a lo que su compañero apenas le devolvió una mueca extraña.
- ¿Ha? – lo
miró de reojo, con una ligera sonrisa en el rostro- ¿Cómo que que adónde te
llevo?
- Oh vamos,
Nakajima… – se quejó de inmediato el mayor de ambos, alargando todas las
vocales según pronunciaba cada palabra, aunque la respuesta del contrario no
fue más entusiasta de lo usual. Aunque en su rostro podía leerse algo de
molestia por tener que salir, bien era cierto que no le apetecía mucho volver a
casa. Sí, Chinen estaría por allí, lo cual era un punto a favor, pero tener que
mantener esa actitud fría, distante y en cierto modo, absurda, y a pesar de que
pusiese todo su empeño en ocultarlo, a él era a quien más hería.
Unas cuantas
horas despreocupadas, sin pensar en el trabajo, en la universidad, o sin
vigilar sus palabras o movimientos cada segundo mientras fingía indiferencia
hacia su “hermano”, era algo que más que apetecerle, necesitaba.
Definitivamente iría un rato con su compañero, mataría dos pájaros de un tiro:
desconectar de su estrés del día a día y calmar por un tiempo más a Hikaru.
- Está bien,
vamos. Pero tú eliges lugar, no suelo salir demasiado y no conozco muchos
sitios. – “por no decir ninguno” pensó, sin ni siquiera molestarse en mirarle,
aún estaba luchando por no pensar demasiado en quien no debía pensar mientras
estaba con el rubio.
- Déjamelo a
mí, creo que yo conozco demasiados. –se rió el contrario, haciendo un pequeño
gesto ladino con la cabeza. - Me pregunto qué dice eso de mí - soltó una
pequeña carcajada típica de él, tras la cual empujó levemente a su acompañante
con el hombro. - Pero anímate un poco que si no menuda fiesta. –añadió
animadamente, consiguiendo al menos una mirada de respuesta por parte del
contrario, que se esforzó en darle una especie de mini sonrisa.
Sin prisa,
ambos caminaron por las calles que a aquellas horas permanecían tranquilas,
conversando calmadamente sobre algunas cosas sin demasiada importancia, cosas
totalmente sencillas y espontáneas que iban surgiendo durante su paseo. Al
llegar a un bar no demasiado grande, se sentaron y Hikaru pidió por ambos un
par de cervezas.
- Bueno, ¿hay
algo más interesante en tu vida? - el rubio se acomodó mejor en su asiento y se
quedó mirándole fijamente, curioso, aunque sin terminar de saber por qué quería
saber más sobre él. Lo achacó rápidamente a simple curiosidad. Después
de todo aquel chico era una de las personas más misteriosas que había conocido
nunca, y los retos como aquel terminaban por volverse una tentación ineludible
para el mayor de ambos.
- No sé qué más pueda interesarte a ti de mí. -
sonrió de medio lado mientras observaba con atención aquel frío bote de cristal
que humeaba al contacto con un entorno más cálido que el de la nevera de la que
había salido. No solía beber, por no decir que ni siquiera recordaba la última
vez que lo había hecho. Dio un trago a la cerveza y de inmediato su cara mostró
una mueca de amargor que no duró demasiado, pero sí lo suficiente para que la
viera Hikaru, que se rió para sí mismo, le imitó y simplemente se encogió de
hombros a modo de respuesta, no queriéndole presionar para hablar.
La cosa no
iba mal, el tiempo transcurría con naturalidad, sin problemas, y el joven, por
primera vez en bastante tiempo, estaba disfrutando ya que había dejado de
pensar; estaba simplemente sumergido en debates tontos con el pesado de su
compañero, que por alguna razón que desconocía parecía haberse pegado a él
desde que había llegado a la empresa.
A veces se
planteaba la razón, pero poco tiempo después dejaba de darle vueltas porque lo
más seguro era que alguien como él, al verse nuevo en aquel sitio, se hubiera
pegado al primero que había encontrado. Pero curiosamente aquella persona tenía
la capacidad de hacerle evadirse, aunque solo fuera momentáneamente, de los
dolores de cabeza que le atormentaban constantemente. Tras aquella primera,
unas cuantas cervezas más fueron cayendo durante sus charlas, que cada vez se
volvían más estúpidas y sin ningún tipo de sentido, pero pronto empezaron a
sentir el peso del trabajo y un poco de los efectos del alcohol ingerido, de
modo que decidieron que era hora de volver a casa. Pagaron la cuenta y salieron
del local, comenzando a caminar tranquilamente por las calles de aquella zona, que,
a pesar de ser una zona transitada, parecía haberse puesto de acuerdo con ellos
aquella noche para darles algo de paz.
- Tengo
curiosidad por algo. – espetó de pronto el mayor, mirando de reojo, al
contrario. – Antes has mencionado que no vives solo, ¿con quién vives? –
aquella pregunta pilló totalmente por sorpresa al moreno. Tal vez por los
efectos del alcohol, o tal vez por el simple hecho de que su nuevo amigo
conseguía hacer que bajase la guardia. En cualquier caso, aquello cayó como una
bofetada de realidad sobre él, recordándole que ya era hora de recuperar su
papel. Iba a volver a casa y tendría que volver a ser la persona fría e
impasible que cada día se recordaba que era frente al espejo.
- Con un
chico, es como si fuera mi hermano pequeño…- suspiro para sí mismo, casi le
dolía tener que definirlo así.
- ¿“Como” un
hermano pequeño? ¿Te refieres a que no es tu familiar como tal?... - El
contrario asintió, deseando que aquella conversación no fuera mucho más allá.
Sabía que no estaba en las mejores condiciones y sabía que tenía que recuperar
su guardia. - ¿Y cómo surgió lo de vivir juntos? – inquirió de nuevo un curioso
Hikaru, que se había guardado las manos en los bolsillos traseros del pantalón
mientas caminaba a su lado.
- Es una larga historia… -Comenzó, con la
esperanza de que no siguiera por allí, de que algún modo el pudor que nunca
tenía de pronto cayera mágicamente sobre él y se diese cuenta de lo incómodo
que aquello resultaba.
- Tengo
tiempo. -Espetó de pronto, consiguiendo que el menor de ambos suspirara. No se
trataba de que fuese un secreto de Estado, pero no sabía hasta qué punto estaba
bien hablar de aquello. No sabía hasta dónde estaba bien llegar… Pero a decir
verdad algo dentro de él le impulsaba a contárselo a aquel rubio descuidado.
Quizá fuera el hecho de que seguramente no se lo tomaría en serio, o de que no
conociese a su “hermano”. No estaba seguro de ello, pero tras varios segundos
de incómodo silencio en los que el mayor esperó con paciencia, sus palabras se
escaparon de su boca antes de darse cuenta de ello.
– Bueno… En
resumidas cuentas… Cuando mis padres murieron, sus padres me adoptaron. Tengo
familiares, pero la mayoría están en otras prefecturas, al menos los más
cercanos. Sus padres y los míos solían llevarse muy bien. No sé muy bien por
qué perdieron el contacto durante los primeros años de nuestra vida, yo apenas
podía recordar sus caras, de hecho. –se rió por lo bajo, subiendo la mano hacia
su nuca para acariciarla- te parecerá gracioso, pero diría que recordaba mejor
su olor… -suspiró despacio. - Así que básicamente nos criamos juntos. Ellos
siempre cuidaron de mí. Incluso cuando trataban de herirme en el colegio, y a
pesar de que él siempre ha parecido mucho más pequeño, ¿puedes creer que salía
a defenderme? Desde el primer día… “La ardilla asesina” –se rió nuevamente. -
algo así le llamaban, y no me extraña, menudos humos. –alzó la vista, cogiendo
aire mientras observaba el cielo. - Pero al fin y al cabo yo era alguien ajeno
a aquella familia, y lo sabía, así que tan pronto como pude me quité del medio.
Quería librarles de mi carga. Busqué un trabajo, ahorré lo suficiente con
trabajos a tiempo parcial y conseguí becas para la universidad. Sin embargo, un
tiempo después, de pronto un día apareció en mi casa. –sus labios se curvaron
levemente hacia abajo, como si aquello turbara gravemente su corazón. - Algo
pasó. –dijo sin más, secamente. - No sé qué, ni cómo, ni qué le hizo venir
hasta mí en vez de buscar a alguien de su familia, pero a decir verdad eso es
lo que menos me ha importado siempre. –se encogió de hombros. - el día que le
vi en mi puerta, de aquella manera, simplemente estiré de él hacia adentro y
decidí que cuidaría de él costase lo que costase. Nunca le he preguntado, ni
creo que lo haga. –miró de reojo al mayor. - digamos que le estoy devolviendo
el favor. – sorprendentemente contar aquello había sido bastante liberador. De
alguna manera, que alguien lo supiera lo hacía un poco más ligero. Sentía como
revivía todos aquellos momentos, aunque los estuviese contando muy
resumidamente. – Y así acabé trabajando donde tú. Es verdad que tenía dinero
ahorrado, pero dos bocas, dos carreras… Son el doble de lo que había planeado,
así que aquí me tienes. Aguantándote cada noche.
El silencio
se hizo por primera vez en toda la velada, pero Yuto ni se dio cuenta porque
aquellos recuerdos le habían invadido por completo. Tampoco se había dado
cuenta del semblante serio del rubio, no hasta que este lo empujó levemente
haciéndole entrar en un callejón. Aquello le extrañó un poco, pero no opuso
demasiada resistencia, dado que suponía que alguna razón tendría. Este
le puso contra el frío muro y posó su fija mirada sobre la del contrario, lo
que consiguió que una ola de calor envolvía a ambos. Casi se podría decir que
aquellos ojos se habían encontrado con su claro reflejo, los de ambos. Y por primera vez el moreno se preguntó qué podría estar pasando por la mente del mayor. Se preguntó por su pasado,
por su vida actual, por todo aquello de lo que nunca hablaba, por él mismo.
Pero no dijo nada, ninguno de los dos dijo nada, y es que ni siquiera hubiera
podido porque cuando quiso darse cuenta los labios de Hikaru lo habían
capturado por completo. No pudo reaccionar, estaba en shock. La mano de Hikaru
se posó con suavidad en su cintura y movió sus labios se movían delicadamente sobre los
del contrario, sin obtener respuesta alguna.
Yuto puso una
mano en su pecho y lo apartó, tan pronto como su cuerpo obedeció a su cabeza,
aunque sin alguna pretensión de ser brusco, pero si deseando acabar con ese
contacto que le había hecho sentir demasiado extraño y posteriormente algo
incómodo por la situación. Hikaru, por su lado dio un paso atrás, con un
semblante de lo más incongruente. Parecía casi más sorprendido que el menor, lo
cual no tenía ningún sentido. Yuto no entendía absolutamente nada de aquello,
¿acaso es que el rubio sentía algo así por él? No… No, de algún modo estaba
seguro de que no se trataba de eso. Pero aquello sólo lo hacía más complicado
de entender.
- Nakajima, lo siento. - dijo en un hilo de voz
apartándose de él y dándole la espalda para salir de aquel callejón y comenzar
a caminar.
Ninguno de
los dos atinó a articular ninguna palabra más. Yuto era incapaz de procesar lo
que había pasado, estaba demasiado confuso por aquello y tener que volver a
casa en aquellas condiciones no le estaba resultando demasiado tentador. Al
llegar al punto en el que cada uno debía seguir un camino diferente se
despidieron con un simple “nos vemos” por parte del rubio, que ni se atrevió a
cruzar una mirada con Yuto. Este se puso a caminar en dirección a casa, con el
ceño fruncido y el agobio empezando a asomar por su pecho. Su mente ahora era
un completo desastre. Imágenes de Chinen, imágenes de aquella noche, el nítido
y casi aún palpable recuerdo de ese beso… No podía volver a casa. Definitivamente
no podía, de modo que miró su reloj. Aún era pronto, y no quería encontrarse a
Chinen despierto, no podía, ¿con qué cara iba a mirarle al entrar? ¿Cómo iba a
enfrentarle? No podía, sin más. Tomó otro rumbo que lo dirigió a un parque y
decidió sentarse. Mataría el tiempo en un banco y haciendo trabajar a su cabeza
hasta que le doliese.
***
-Venga
Chinen, no seas tacaño, ¡dame un poco! Vengaaaa… -reguñaba el moreno, tirando
del brazo de su amigo en un intento de robarle un pedazo del aperitivo que
acaba de comprarse. Sabía de sobra que se había comprado su favorito adrede, y
sabía que lo había hecho con toda la intención de hacerse de rogar porque le
encantaba sentirse en aquella posición, pero llevaba 10 minutos pidiéndole un
trozo y aquello empezaba a cabrearle. –Vamos tío, sabes que yo siempre te doy.
El mayor se
rió, apartando tanto como podía la mano, jugueteando con el menor. Ver a
alguien con un aspecto tan serio para su edad comportarse de un modo tan
infantil era algo que le encantaba, sobre todo teniendo en cuenta que una de
las razones que le daban ese aspecto era su altura, al contrario que la propia,
lo que le cabreaba un poco. De alguna manera de aquel modo el más bajo creaba
su propia justicia, a pesar de que aquello sería algo que nunca admitiría en
voz alta.
-Bueno,
bueno… Hay que ver lo fácil que es domar a este perrito. Mira –movió la mano de
un lado a otro, observando como los ojos del contrario se iban detrás del
snack- haces lo mismo que el chucho de
mi vecino. Seguro que si ahora te hiciera una pregunta de sí o no podría
conseguir que me dijeses lo que quisiera sólo moviendo la mano.
-¿Como cuál?
¿Si eres idiota? Eso puedo respondértelo como persona. –espetó cruzándose de
brazos con un pie más adelantado que el otro- Lo eres. –aseguró de inmediato,
mirando con una ceja enercada al mayor. - Oye, ¿por qué le has dicho a tu
hermano que venga a recogerte? ¿No salía antes hoy?
-¿Pero qué
dices tonto del bote? No le he dicho nada. Y no es mi hermano, ¿cuántas veces
te lo tengo que decir? –resopló, molesto. Odiaba oír que los emparentaban de
aquel modo, aunque no podía explicar exactamente por qué.
-Ah… -frunció
el ceño el menor, preguntándose si se habría equivocado. Pero apenas segundos
después la seguridad vino a él, extrañado puesto que no recordaba haber oído
nunca que tuviera amigos, más allá de haberle visto con Inoo alguna que otra vez.
- Pero ese de ahí es Yuto, ¿no? –señaló con la cabeza, siguiendo con la mirada
al rubio que lo acompañaba mientras lo analizaba con curiosidad.
Chinen volteó
al instante, descubriéndolo en cuestión de menos de un segundo junto a alguien
que no conocía, cosa que no le gustó en absoluto. ¿Estaba saliendo por ahí?
¿Por qué no le había dicho nada? ¿Por qué no sabía quién era la persona con la
que iba? ¿Qué hacían por aquella zona?
Poco a poco,
poco a poco el cabreo le iba invadiendo. Ni siquiera tenía sentido y lo sabía,
pero no podía evitarlo.
-Bah…Seguramente
sea un compañero de trab… -enmudeció al instante, al igual que lo hizo su
amigo, que de haber podido habría dejado caer su boca abierta de par en par
hasta el suelo. ¿En serio aquello estaba sucediendo?
Ryutaro buscó
de inmediato el rostro del contrario, pero todo lo que encontró fue un
semblante pálido, en shock, sin reacción aparente más allá de la sorpresa. Y no
era para menos. Mucho más allá de lo que hubieran podido pensar, aquel
personaje rubio estaba dándole un beso al moreno. De la nada, sin previo aviso.
Y aquel golpe le había caído al orgulloso Chinen sin anestesia. Sabía que
aquello no iba a sentarle nada bien, y que todo ese mal humor tendría que
comérselo él en cuanto reaccionase, pero, por otro lado, el hecho de que su
amigo tardase tanto en reaccionar le estaba preocupando.
-Oye, Yuri…
Yo diría que parecen… Amigos… -suavizó como pudo, acercándose un poco, al
contrario. Sin embargo, toda la respuesta que recibió fue un ligero golpe de la
mano que sostenía el snack sobre su pecho.
- Me voy a
casa. Quédatelo. –dijo sin más, con la mirada perdida en algún lugar del suelo.
-Ey, Yuri,
¿estás bien? Escucha… -trató de insistir el alto.
-Hasta
mañana, Ryutaro. –concluyó la conversación con frialdad, aligerando el paso
hacia su casa. No sabía exactamente cómo se sentía, pero desde luego no era
nada bueno. Nada agradable. La rabia, el dolor, la incomprensión, el “no es
justo” invadían desde la punta de sus dedos de los pies hasta la más alta parte
de su cabeza.
Simplemente
no podía comprenderlo, ¿de qué cojones iba? ¿Cómo podía haberle ocultado algo
tan importante? ¿Acaso era por eso por lo que siempre era tan frío y distante
con él?
El portazo
que dio al entrar resonó por toda la casa. Su mochila cayó duramente contra el
suelo al verse lanzada con rabia y el sofá recibió su caída malhumorada como si
la hubiera estado esperando.
¿Por qué
narices no se lo había contado? ¿Es que pensaba que no iba a entenderle? ¿Es
que no confiaba en él?
Vale que era
un poco raro que de pronto llegara un día y le dijese que le gustaban los
hombres. Vale que era un tema complicado de sacar y que él mismo ni siquiera se
había planteado la posibilidad de que Yuto pudiera tener pareja… ¿Pero qué
derecho tenía a tratarle como un crío de aquella forma? Yuto siempre hacía lo
mismo, siempre le dejaba atrás, nunca le tenía en cuenta. Haciéndose cargo de
todo, manteniendo las distancias, ocultando sus sentimientos. ¿Desde cuándo
había sido así?
Sabía de
sobra que era una carga, pero no tenía dónde ir, y no quería ir a ningún lado.
Si aquel día había ido hasta allí era porque era allí donde quería ir, era con
él con quien quería estar. Y ni siquiera sabía por qué, pero ¿y qué? Yuto era
suyo. Eso es, esa era la razón, era malditamente suyo, ¿qué derecho tenía nadie
a llevárselo?
De pronto
estaba enfadado con el mundo. Su cabeza daba vueltas una y otra vez y su pecho
le aprisionaba el corazón, como si le estuviera dando un fuerte ataque de
ansiedad, pero su respiración no fue más allá de acelerarse. Se levantó, caminó
un par de pasos y se volvió a sentar de mala gana. No sabía qué hacer. Le
molestaba el mismo hecho de estar allí. ¿Y si volvía? ¿O es que pensaba
quedarse toda la noche con aquel tipo? ¿Y por qué iba a preferir pasar la noche
en compañía de esa persona antes que con él?
Nada tenía
sentido, todo dolía, todo ardía y ni siquiera podía expresar por qué. Resopló y
de nuevo se puso en pie para dar vueltas por la habitación, estresado, ansioso,
sin mirar por donde iba o con qué chocaba. Simplemente apartaba los
“obstáculos” que encontraba a su paso hasta que uno de ellos resonó al contacto
con el suelo. Chinen dirigió la mirada a aquel sonido acristalado que provenía
de una ancha y clara botella de licor de almendras que ahora rodaba por el
suelo con lentitud. Por un segundo agradeció que no se hubiera roto, pero
pronto sus pensamientos fueron en otra dirección. Se agachó con cuidado y la
tomó entre sus manos, mirándola fijamente. ¿Desde cuándo aquello estaba
allí?... Ah, quizá se tratase de aquella vez en que Yuto había traído una cesta
de navidad que le habían dado en el trabajo, con unos cuantos dulces y un par
de licores baratos.
En cualquier
caso, qué más daba. Había oído demasiadas veces que aquello hacía algo, que
desinhibía, así que, ¿por qué no intentarlo?
***
Sus pasos lentos y aletargados eran todo lo
que se oía por las ya oscuras calles del barrio en que vivían. Después de todo,
casi a las 11 de la noche, en una zona tan residencial como aquella, ya no
quedaba ni un alma por la calle. Mientras reducía la distancia entre él y su
angustioso destino Yuto alcanzaba con la mirada los distintos hogares que ante
sus ojos se iban dibujando, imaginando cómo sería estar en uno de ellos. Quizá
en aquella casa rojiza vivían un par de hermanos. Puede que una alta chica
morena y un pequeño y revoltoso niño, peleando, mientras su madre les preparaba
la cena. Tal vez en aquella otra, mucho más pequeña y grisácea, habría una
familia numerosa, luchando por hacer frente a los números, pero que se divertía
mientras cenaban todos justos, hablando sobre nimiedades y cosas graciosas, o
simplemente sobre lo que habían hecho durante ese día. Y por un momento su
corazón latió dolorosamente. Ojalá él pudiera darle algo así a Chinen. Ojalá
pudiera darle todo lo que él recibió. Si bien es cierto que perdió su hogar el
día que sus padres murieron, la familia Chinen se había encargado de darle un
lugar en el que sentirse seguro y protegido. Le habían dado amabilidad y
cariño, y un futuro. ¿Acaso alguien como él podía pedir algo más? Se lo debía
todo, y todo lo que él había podido hacer había sido desarrollar sentimientos
impuros hacia su hijo. Sentimientos que de ser conocidos podrían darles
problemas a todos, que podrían hacer que incluso todo ese cariño que sentían se
convirtiera en asco y desprecio. Suspiró. Sabía que aquella era la respuesta
correcta. O al menos la menos mala.
“Me estoy
esforzando” pensó, moviendo suavemente la cabeza de lado a lado en forma de
negación. O eso intento… Aquello era tan difícil. Tan doloroso. Quizá debería
haberse dejado llevar con Hikaru. Después de todo, ¿qué iba a hacer? ¿Vivir
toda la vida amando a su hermano pequeño? Si lo pensaba con frialdad, la mejor
opción era intentar llenar su mente con algo nuevo, fuera o no Hikaru. Eso era
lo de menos, además aquel era un tema que tendría que pensar cuidadosamente
cuando se viera capaz de hacerlo.
En cualquier
caso, ya se encontraba frente a la puerta de su casa. Era hora de respirar
hondo y dejar la mente en blanco. No podía entrar con aquel aura triste y
nostálgica. Conocía de sobra al menor como para saber que su inteligencia
estaba muy por encima de la propia, y que sabía reconocer cada índice de
emociones en él. Cosa que hacía mucho más arduo su trabajo por ocultarlo. “En
fin” se dijo a sí mismo, y tras ello colocó la llave en el paño de la puerta
para abrirse paso, pero ni siquiera le hizo falta puesto que, para su sorpresa,
la puerta cedió sin necesidad de que la abriera. Aunque más sorprendente fue
encontrarse tras ella al menor, mirándole fijamente con los ojos clavándosele
en el alma, casi con despecho.
-… -Quiso
decir algo, pero las palabras no se atrevieron a salir de su cuerpo, y
pareciera que el contrario lo había notado puesto que segundos después soltó el
paño de la puerta que le había abierto él desde dentro y se dirigió de nuevo al
comedor, a sentarse en el sofá donde le esperaba su nueva compañera de penas.
El mayor
entró en casa, dejando los zapatos en la entrada y se dirigió a la cocina, al
llegar a la cual se dio cuenta de que la cena estaba allí, intacta. Frunció el
ceño, echando una mirada, al contrario.
-¿No has
cenado? –preguntó suavemente, aunque sin obtener respuesta. -… -aquello era de
lo más extraño. ¿Habría tenido un mal día? ¿Sería quizás que le habían vuelto a
reñir en la universidad?
Se moría de
ganas por preguntárselo, pero sabía que no debía hacerlo, no podría mostrarse involucrado,
aunque lo estuviera. - ¿Quieres… cenar conmigo?
Parece que
aquello sí consiguió llamar la atención del contrario, que de inmediato giró la
cabeza hacia donde estaba, pero sin mirarle. Y tras unos segundos más se
levantó del sofá con firmeza y se dirigió a la cocina, pero sin dirigirle
palabra o mirada alguna al mayor. Parecía todavía más enfadado. ¿Es que había
dicho algo malo? Ah, quizás era el hecho de que se había acostumbrado a cenar
solo y aquella propuesta tan repentina le había fastidiado su momento.
Yuto se
limitó a calentar los platos, observando al ahora sentado moreno que mantenía
la vista fija en la mesa sobre la cual había apoyado sus brazos. A penas
estuvieron listos para comer, situó los platos frente a ellos y le acercó los
cubiertos, pero se quedó de pie observándolo. Hizo una pequeña mueca con los
labios, tomó su plato con las manos y dio un par de pasos, que consiguieron que
el contrario lo siguiera con la mirada, sin entender muy bien qué estaba
haciendo.
-Mejor voy a
cenar en mi cuarto. Tengo que entregar algo mañana. Buenas noches. –mintió
escuetamente, tratando, de algún modo, de huir del lugar.
-“Ah, ahora
sí, ¿eh?” –se oyó comentar por lo bajo al menor, lo que consiguió que el mayor
se girase hacia él de nuevo, encontrándose una vez más con su mirada.- Eso he
pensado hace un momento. Cuando has dicho que cenemos juntos. –continuó con una
voz sorprendentemente calmada-
-¿Eh? –atinó
apenas a articular el moreno, congelado en el sitio.
-“Quizá
quiere contármelo” –prosiguió el menor de ambos, sin apartar ni por un instante
los ojos de los del contrario.
Ahí sí que se
había perdido por completo. ¿De qué estaba hablando? Acababa de meterse en un
universo de incomprensión ilimitado. No sabía muy bien qué decir o cómo
contestar, de modo que se mantenía allí de pie, quieto, con aire serio y
desconcertado hasta que se decidió a volver sobre sus pasos para posar el plato
sobre la mesa, bajo la atenta mirada del contrario. Pero una vez más cerca la
cabeza de Chinen bajó, y sus ojos buscaron asilo en algún punto del suelo, como
si rogasen encontrar la valentía y la calma en él.
-¿Hay algo de
lo que quieras hablar? –dijo por fin el mayor de ambos, que visto desde fuera
parecía preocupado cual adulto que mira desde su altar a un niño, pero que en
el fondo sentía temblar su alma, inseguro, asustado.
Notó que
Chinen apretaba los labios, y conociéndolo, seguramente estaría haciendo lo
mismo con las manos, pero esperó, con paciencia, a que se decidiera a hablar.
-Nunca
cenamos juntos. –comenzó. –Nunca hacemos nada juntos. No si puedes evitarlo
–reclamó con desdén, irritado. – Si tanto asco te doy, ¿por qué me dejas vivir
aquí? ¿Por qué me das dinero? No me debes nada, ¿sabes? Ni se lo debes a mis
padres. Si tanto te molesta que me acerque a ti, sólo tienes que decirlo.
Aquellas
palabras atravesaron su ser como filos ardiendo. ¿Asco?... ¡¿Asco?! ¿En qué
maldito momento había él dado a entender algo como eso? ¿Es que se podían hacer
las cosas peor? Yuto se sabía débil y estúpido, pero, ¿en serio lo era hasta
ese punto? ¿En serio era su inutilidad capaz de hacer pensar a la persona que
más quería en este mundo que le daba asco?
Su silencio,
debido a su dolor, no mejoraba las cosas. Sabía que tenía que decir algo,
porque de lo contrario estaría otorgándole la razón de algo que ni en el peor
de los universos paralelos podría ser cierto.
-¿Crees que
viviría con alguien que me da asco? –contestó sin pensar, maldiciéndose a sí
mismo miles de veces por lo que acababa de decir. Había sonado tan frío y
distante que hasta a él le había dolido, pero es que su mente estaba en shock,
no quería funcionar, no quería ayudarle a salir de aquello.
Chinen sintió
su garganta arder y sus ojos amenazar con inundarse, pero se mantuvo firme,
aguantó con la fuerza de su orgullo.
-¡Ya te he
dicho que no le debes nada a nadie! No tienes que mantenerme sólo porque mis
padres te mantuvieron a ti… ¡No quiero esto! – expresó desde el fondo de su
alma, con rabia acumulada saliendo hasta por sus poros- No quiero esto… -apretó
los dientes, dejando escondidos sus ojos bajo su matoso flequillo.
Yuto tembló,
pero endureció el cuerpo para que nadie pudiese notarlo. No sabía qué hacer,
cómo reaccionar o qué decir, así que trató de respirar hondo, pasando saliva
por su garganta y avanzó unos cuantos pasos hasta donde estaba el menor,
quedando frente a él para posar una mano sobre su cabello.
-Estoy muy
agradecido con tu familia. Os debo mucho… Os debo todo. –explicó intentando que
su voz no temblara demasiado- Pero… -apretó el puño de la mano que no tenía
sobre el menor- No soy tan buena persona como para tenerte aquí sólo por eso…
-explicó con sinceridad por primera vez en mucho tiempo, dejando caer la mano
que tenía sobre él. – Estás aquí porque te necesito… -dijo con honestidad,
desviando la mirada antes de que un sorprendido Chinen, al borde de dejar salir
sus primeras lágrimas dirigiera de inmediato la mirada hacia él, buscando su
ahora avergonzado y derrumbado rostro. Sabía que después de aquello no tendría
derecho siquiera a mirarle a la cara, pero ya no había vuelta a atrás. Acababa
de pasar el punto de no retorno. –Estás aquí… Porque no puedo vivir sin ti…
-concluyó por fin, volviendo a alejarse del contrario a paso lento para huir a
su habitación, emocionalmente agotado después de un día como ese, pero antes de
darse cuenta ya se había visto frenado a la altura de la escalera por una mano
que tiró de su brazo hacia abajo, consiguiendo que tropezase y casi cayera.
-Entonces no
vayas por ahí besando a otros. –ordenó con firmeza el menor, que aprovechó sin
dudarlo el tropiezo para situar al mayor de ambos a su altura, encontrándose
con su mirada de lleno segundos antes de atrapar sus labios con los propios.
A Yuto se le
paró el corazón, y sus ojos se abrieron de par en par para encontrarse con el
rostro enrojecido y cálido del otro, que por su parte mantenía los ojos
cerrados, sintiendo como su corazón latía a tal velocidad que se le podría
estar saliendo del pecho. Pero a decir verdad poco le importaba en ese momento.
Todo lo que quería era un poco más de aquella sensación que de pronto le había
envuelto todo el cuerpo. Entreabrió la boca para atrapar el labio superior del
mayor con un suave movimiento que, para su sorpresa, se vio correspondido al
instante. Una increíble sensación de ardor y alivió recorrió toda su espalda,
consiguiendo erizarle hasta la última porción de piel de su cuerpo.
El mayor ya
se había dado por vencido. No sabía qué estaba pasando. Puede aquello fuera una
broma del destino, o quizás por el contrario un castigo. Pero el caso es que
estaba pasando y por una vez en su vida, no iba a desperdiciarlo. Si tenía que
despertar de aquel sueño en breves, ya lo haría. Nada más importaba en ese
momento.
Y como si el
mundo hubiese escuchado sus pensamientos, apenas un par de segundos después
sintió el peso del cuerpo del contrario empujarle hasta el suelo, consiguiendo
que ambos cayeran. Pero el mayor se encargó de sostener al contrario para
evitar que se hiciese daño y observó con extrañeza su sonrojado y tibio rostro,
que ahora parecía dormir tranquilamente. Fue entonces cuando por primera vez
notó el fuerte olor a alcohol que desprendía y poco a poco la comprensión
invadió su cuerpo. Estaba ebrio.
De ahí que su
carácter caprichoso y posesivo se hubiera magnificado. De ahí que le hubiera
desbordado hasta el punto de llegar a besarlo sólo porque otro lo hubiera
hecho. Aunque, ¿en qué momento se había enterado de lo del beso?
Resopló, con
un punzante dolor de cabeza comenzando a asomar, por lo que decidió no darle
demasiadas vueltas, necesitaba descansar, necesitaba dejar de pensar, y lo
necesitaba ya, así que tomó al menor entre sus brazos y tras llevarlo hasta su
cuarto se encargó de recoger los platos, la botella que se había dejado abierta
de par en par en la mesita del comedor y la mochila que todavía estaba por allí
tirada.
Guardó la
comida de nuevo, ¿quién iba a poder probar bocado después de aquello? Y con un
último suspiro dejó la botella sobre la bancada de la cocina, echándole una
última mirada incriminatoria antes de dirigirse a su cuarto escaleras arriba,
deseando con todas sus fuerzas que al día siguiente el menor no recordase nada
de todo aquello.